En la última década, el concepto de identidad digital ha evolucionado significativamente, enfrentándose a retos crecientes y adaptándose a las demandas de una sociedad cada vez más digitalizada. Este cambio no solo implica la protección de datos personales, sino también la necesidad de asegurar la privacidad y la confianza en un entorno en el que las tecnologías avanzan rápidamente.